domingo, 2 de febrero de 2014

En casa de Chon

Manuel leyó un relato urbano sobre el metro de Madrid. Xan y Chon adivinaron el año en que había sido escrito, el Madrid que exhalaban los andenes del texto.

Manuel dijo que su relato no era fruto de su llegada a Madrid, era fruto de sus lecturas, de sus influencias.



Pilar, la nueva Pilar, leyó un relato en tierras exóticas cargado de erotismo. "En Lagarto murió un hombre"

Discutimos sobre adjetivos. Adjetivos calificativos y epítetos, los adjetivos que van delante y los que van detrás. Discutimos sobre cosmética: ¿escribimos para gustar a más y más lectores? ¿somos como un anuncio de televisión o como una campaña de márketing? ¿O necesitamos expresarnos aunque no tengamos un solo lector?

Manuel hablaba de las reglas, todo vale, decía él. No somos esclavos de una disciplina, eso no es literatura. No vale poner vallas al campo.



Jose Ignacio nos dejó a todos boquiabiertos con el arranque de su relato. A un señor del pueblo le tocaba siempre la lotería. Mas adelante el hombre se vuelve loco cual Quijote y finge que es un vaquero del viejo oeste, o bien se lo cree de verdad.

En los últimos párrafos, José Ignacio aprovechó el folio vacío para verter ideas sobre las políticas socialdemócratas y el precio que pagamos por un estado del bienestar. Hubo quien criticó la extensión del discurso político por su sobrepeso dentro de un relato. Yo critiqué, también, que coincidiera tan exactamente con la posición ideológica del autor.

Geles va a leer unas amonestaciones en la no-boda de su hija. Hizo una broma sobre no-matrimonio, y yo le sugerí que podía hacer un no-otras-cosas, y seguir jugando con el no. Pero Xan me advirtio que el ingenio estropearía el sentimiento.

La discusión de aquella noche se centró extraordinariamente. Discutíamos con argumentos y llegábamos a conclusiones. Un discurso lleno de ingenio podía ser literario, pero no podía transmitir la emoción de una madre. Una amonestación podía ser maravillosa, pero no tenía que ser literatura.

Abel leyó varios haikus y un poema sobre la naturaleza.

Maria Rosa leyó "Los ángeles tienen esquís" sobre un acontecimiento de la semana anterior que apareció en la El Mundo. Ocho excursionistas se perdieron en Peñalara y estuvieron a punto de perder la vida de no haber sido rescatados. Ella era parte de la excursión.

Juan Antonio leyó un poema profundo sobre la necesidad de dejar de pensar y pasar a ser, simplemente, como una piedra.

El éxito de la lectura le obligó a un "encore".



Pilar, la habitual de la tertulia, narró una historia de una mujer herida y una amante. El telón de fondo era el Carnaval de Venecia. Y hablamos del carnaval.

Mercedes leyó Estrategias de aproximación. La narradora del relato se apuntó a una piscina pública y le tocó compartir calles con una galería variopinta, y harto conocida de estereotipos. Fue en la selección de ese zoo humano donde sorprendió a todos con su dotes descritivas, o bien de observación.

Xan y Lola hablaron de libros y de nacionalismo, citaron a Carel Capek y su "Guerra de las salamandras" y a Gore Vida, Juliano el Apóstata. Yo hablé del Gran Otro de Lacan. Se habló de qué es arte y qué no, de las Latas de caca de Manzoni.



Yo afirmé que la tertulia estaba dividida entre líricos, que son mayoría, y épicos. Los narradores, los prosistas, tenemos otra forma de valorar el texto, no nos importa tanto la cadencia, preferimos la ironía. No estamos dentro de lo que narramos, la intensidad del sentimiento no nos ayuda, nos entorpece para llegar a ese algo, porque el autor, en prosa, no es el narrador. El yo que vive, no es el yo que escribe.

La narración del incidente en Peñalara iba acompañada, para María Rosa, de la verdad. Ella fue una de las excursionistas, ella estuvo allí. Para un narrador, ese conocimiento de primera mano no es un añadido, es un obstáculo. Manuel repitió la respuesta de Paul McCatney cuando le preguntaron por su canción "Yesterday". Él no se sentía así, Yesterday no era él, era su creación, él se sentía estupendamente. ¿Sería mejor canción si McCartney hubiera sentido aquella nostalgia infinita? Spielberg hizo llorar a una generación con un extraterrestre imposible. ¿Habría sido mejor película si el relato hubiera sido autobiográfico? Puede que alguien piense que sí. Pero yo siempre he contado al extraterrestre irreal, y al niño mecánico de Inteligencia Artificial, como dos pluses del arte de Spielberg. Todo el mundo puede emocionarte con un hijo que busca a su madre (ya sea ET, o David, el robot) pero solo un artista te emociona con un ser mecánico y con un alienígena. Cabe hacer un texto hermoso sobre tu vida; nadie lo niega, pero quien escribe así es un autor de una sola obra.

Tuve la sensación, aquel viernes, de que los textos eran secundarios, y de que estábamos hablando de un tema. Hubo un momento en que me pareció que los textos ilustraban, como un ejemplo, las posturas de las discusiones. Lola llamó la atención para que habláramos del relato y de lo que decía, porque somos autores, y vamos a una tertulia a que escuchen lo que decimos, no a ilustrar con ejemplos las tesis de uno o de otro. Y es verdad que aquella tertulia se desvió y que la discusión engulló a los ejemplos, pero, aunque uno no pretenda que sirva de precedente, aquella forma de leer y engullir, me pareció fértil.

Me gusta discutir reglas, conceptos. El escritor puede seguir un canon, o puede elegir saltárselo, pero creo que no le ayuda nada ignorar que existe un como, un arte, un recetario.

Alguien se quejó de que volviéramos otra vez sobre el tema de la creación, y de la contaminación que la realidad ejerce sobre el arte. Yo en cambio, pensé que volver una y otra vez sobre el tema de qué es literario y qué no, que deuda tiene el arte con la experiencia y tantas otras cosas, no es repetirnos. Me gusta volver a mirar el mismo tema con los ojos de otro viernes, o con los de un nuevo contertulio, o con los del efecto que causa una cosecha de vino más antiguo. Mucho más que repetirme me preocupa la idea de estar de acuerdo y creer que haber estado de acuerdo un viernes establece una regla, y que esa regla tiene que ser respetada, y que en futuras tertulias hemos avanzado y hemos decidido, por fin, qué es literatura, o cuanta realidad tiene que haber en ella, o si el autor puede hablar de sí mismo. Si llegamos a certidumbres, pienso, poco Olimpo nos queda como verdaderos escritores.


El album

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