sábado, 11 de mayo de 2013

¿Por qué escribimos?



Yo prefiero “por”, alguien dijo que prefería “para”. El “qué” no lo tocó nadie. Hablo del tema de la tertulia del viernes en casa de José. Nos reunimos bajo el epígrafe de ¿por qué escribimos? Y acabamos hablando de de todo un poco, de lo que llevábamos; de lo mal que nos estaba tratando a todos esta crisis económica que ha convertido el trabajo en imposible.

Antonio leyó un texto sobre la literatura. Usó un bisturí afilado para separar cosas que pertenecen al conocimiento, y cosas que pertenecen a esa otra esfera que es el desconocimiento, la sorpresa, la conmoción, la risa o el no sé que. El escritor es el tonto, decía.



Consuelo leyó un fragmento de Heterodoxia, de Ernesto Sabato.
EL ARTE COMO FORMA DE CONOCIMIENTO. Lo que podemos conocer de la realidad mediante los esquemas de la razón se parece a lo que podríamos saber de París examinando su plano y su guía de teléfonos, o a lo que un sordo de nacimiento podría imaginar de una sinfonía observando la partitura.

Las regiones más valiosas de la realidad -la más valiosa para el hombre y su existencia- no son aprehendidas por esos esquemas de la lógica y de la ciencia. Querer aprehender el mundo de los sentimientos, de las emociones, de lo vivo, mediante esos esquemas es como querer sacar agua con horquillas.

De las tres facultades del hombre, la ciencia sólo se vale de la inteligencia y con ella ni siquiera podemos cerciorarnos de que existe el mundo exterior. ¿Qué podemos esperar de problemas infinitamente más sutiles? La realidad no está sólo constituida por silicatos o planetas, aunque buena parte de los hombres de ciencia parezcan creerlo. Un amor, un paisaje, una emoción, también pertenecen a la realidad, ¿pero mediante qué conjunto de logaritimos y silogismos pueden ser aprehendidos?

María habló de Australia y de Madrid. Leyó el discurso de Paul Auster cuando le concedieron el Premio Príncipe de Asturias.
Hablar de cantidad no sirve de nada cuando nos referimos a los libros; porque no hay más que un lector, sólo un lector en todas y cada una de las veces. Lo que explica el particular influjo de la novela, y por qué, en mi opinión, nunca desaparecerá como forma literaria. La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad. Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento.

Alejandro defendió la escritura de masas, el folletín, el best-seller, el gusto popular, el gran público. Abel, por su trabajo, conocía ese mundo; lo llamó "la industria". Habló de como se fabrica un best-seller, de los negros y los estudios de mercado. No nos gustaba estar de acuerdo, pero no podíamos evitarlo. Nos producía, a todos, una ictericia, una septicemia, un picor parecido, oír hablar de aquellos otros. Ellos no estaban en ese lado de la verdad que señalaba Antonio. Ellos no eran los tontos, eran los listos.

Juan Antonio leyó un poema. No lo explicó. Juan Antonio interviene para leer sus poemas y no los explica. Son las personas prosáicas las que necesitamos explicaciones. Los poetas, quizá, ya hablan con su poesía.


¿Por qué escribimos? ¿Escribimos para comer o comemos para escribir? ¿Qué hay en un poema que no pueda resolver una ecuación matemática? ¿Es una obra construida con estudios de mercado equiparable a un clásico de la literatura? ¿Los escritores saben algo o son los tontos?

Todo eran preguntas en aquella tertulia de primavera, una primavera que se había hecho de rogar y que había llegado llena de polen. Los tertulianos habíamos venido sin abrigo pero aún no agobiaba el calor. Faltaban muchos, no sobraba ninguno. La tertulia se alargaba con más preguntas. Nadie quería saber las respuestas. El tempranillo estaba bueno, nadie pudo acabar con los entremeses. Fue una tertulia más del Farolillo Rojo.

(El miércoles, 8 de mayo, el diario El País publicaba un artículo sobre el fin de la novela. Se titulaba "Los The End no le van a la novela".)

El jueves, 30 de mayo, Antonio Costa publicó su texto sobre por qué escribimos en el diario Sol de Colombia. Lo tituló: "Escribimos porque somos idiotas".

La mañana siguiente.

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