sábado, 30 de noviembre de 2013

La distancia narrativa



Dice Zizek en "Matrix y la filosofía" que tan loco está el loco que se cree un rey como el rey que se cree un rey. Dice que los celos patológicos de un hombre que cree que su mujer le engaña con otro hombre siguen siendo patológicos cuando la mujer le engaña con otro hombre. En realidad el filósofo esloveno cita a Lacan, y me da que pensar.

Se trata de la distancia entre lo que somos en un mundo de simbolos intersubjetivos y lo que somos realmente. Mi uniforme puede ser de bombero o de médico, pero yo no soy lo uno ni lo otro. Soy yo, y cuando apago un fuego o cuando firmo una receta, no hago otra cosa que interpretar un papel que los demás aceptan. Si se rompe la distancia caemos en un pequeño abismo.

Lacan decía que la Mujer no existe. La mujer, según Lacán es uno de esos roles intersubjetivos que una parte de la humanidad interpreta. A veces se interpreta segun la genitalidad, pero también se puede esquivar ese límite físiológico; los transexuales recurren a la cirugía, otros prefieren el disfraz. Tengo un amigo que resuelve la cuestión sin cosmética. Cuando habla conmigo es masculino, cuando sale por Chueca cambia el tono de voz.

La Tertulia del Farolillo transita a menudo por el enfrentamiento de sexos. Lo hizo anoche, no era la primera vez; es seguro que no será la última. Hay voces que muestran resentimiento hacia el sexo masculino, hay voces conciliadoras que creen que el hombre tiene redención, quien sabe si en la otra vida y después de penosos trabajos forzados en alguna sección de calderas especialmente destinada a tal propósito.



El sector masculino mostraba la misma división. A un lado estábamos los más cobardes que atiplábamos nuestras voces y tratábamos de parecer menos masculinos para ser más aceptados. El otro bando defendía las prerrogativas que acompañan el haber nacido con unos genitales masculinos. Tengo un amigo que dice que prefiere exagerar su machismo porque diga lo que diga la sentencia de culpable está escrita en su frente antes de que empiece a hablar en este tipo de debate.

La guerra de sexos no me parece una guerra literaria porque es una partida con demasiadas cartas marcadas. Por ejemplo yo puedo sentirme solidario con los judíos en una película del holocausto y defender el sionismo con más fervor que Spielberg sin necesidad de ser judío. La batalla de sexos no acepta que yo haga lo mismo. Si intento identificarme con el otro contendiente descubro que pertenezco a la subcaldera que espera más siglos de tortura en el infierno, la de los que "encima van de buenecitos."

En cualquier contienda vibrante hay una carta por descubrir, una verdad por desvelar. Pero en la contienda de los sexos todas las cartas están al descubierto. Los hombres entramos en la conversación con un rasgo acusador, con unas orejas de burro. La genitalidad decide de modo irreversible que estás en el bando culpable y no es posible cambiar la sentencia. Es como tener la piel negra e irte una noche de parranda con el Ku Klux Klan.

En el relato de Geles comentamos que no había ironía. No había distancia entre la autora y los hechos que narraba. Algo parecido se dijo de María Rosa la semana anterior. Sus poemas eran ella, eran lo que sentía, tal como lo sentía.



La distancia entre el yo verdadero y el narrador es el espacio donde suelo sentirme agusto. Cuando a Cela lo echan de una pensión, en "El viaje a la Alcarria" dice que al viajero lo echaron. Todo es ironía, todo es distancia, también las penalidades de aquel viaje. La ironía le permite elegir si quiere ser él o quiere mirar de lejos.

Yo disfruto una discusión donde puedo elegir sacar una bandera o esconderla, ser del Madrid o cambiar por el Barça. Pero una discusión donde ya estoy encerrado en un banquillo por mi color de piel o por un rasgo físico que viene de fábrica me estimula poco.

Matrix escenifica la ironía con un mundo virtual donde el que entra es esclavo de unas reglas que lo aniquilan cuando muere en un videojuego. La mayor ironía del cine de todos los tiempos es ese personaje de Neo que elije que no quiere seguir las reglas del juego, prefiere no sufrir las balas y volar cuando se le antoje. La gran ironía es la gran libertad. Lacan dice que la Mujer no existe, Neo dice que el mundo físico no existe, ni la muerte, ni el dolor. A mi, ayer, me apetecía decir que el Hombre tampoco existe.

sábado, 16 de noviembre de 2013

¿La imaginación es inocente?



El cristianismo dice que los creyentes son culpables de sus malos pensamientos. Buñuel opuso a la mala conciencia cristiana la inocencia de la imaginación. “La imaginación es inocente” dijo en varias entrevistas y en sus memorias. Es de sobra conocido que ningún creador ha ido a la cárcel por matar a sus personajes. Yo, sin embargo, hubiera obligado a hacer un mes de servicios a la comunidad a los hermanos Coen por matar a Brad Pitt en “Quemar antes de leer”, a Szpilman por no ayudar al oficial alemán que le salvó la vida y dejarlo morir en “El Pianista”.

La imaginación es inocente pero Lope pone a prueba las afirmaciones de Buñuel. Su cuento hablaba de un adulto exhibicionista y de menores de edad. Igual que en un cuento de Poe, relatar algo perverso no hace perverso al autor. Tampoco el lector necesita lavar su conciencia. Al menos en la teoría. Pero no es así en la realidad. Los libros de crímenes sanguinarios copan las librerías y los quioscos pero un libro pedófilo no tiene futuro. Alguien citó Lolita, la contertulia que lo hizo tenía un nombre parecido. Pero es discutible si Lolita hubiera llegado a publicarse con los adornos gráficos de la prosa de Lope.

Mi pregunta sigue ahí. ¿Por qué los crímenes de la ficción no son punibles y los relacionados con cierto tipo de sexo despiertan la censura de nuestra conciencia? ¿Es que el cristianismo tiene razón en este punto? ¿Se puede condenar la imaginación en ciertos casos?

Dice Slavoj Žižek que en la pornografía se invierten los papeles de actor y de espectador. El actor, en realidad no se estimula a sí mismo, sino al público. El espectador no está escondido e invisible; es el centro de la acción. Siguiendo el hilo de Zizek, el lector no puede desvincularse de la moral de una ficción si ha participado en ella con su lascivia.



Cuando dicen no, quieren decir sí
Un contertulio sufre mal de amores. Alguien citó a Mark Twain. Lo peor de que te dejen es tener que aguantar que todo el mundo te de consejo. La cuestión se hizo más literaria cuando nos hizo preguntarnos que era un “no”. El cerebro masculino parece educado para traducir el no femenino como un reto, como un sí falto de insistencia. Llevado a sus últimas consecuencias, el sexo femenino no tiene derecho a rechazar a un pretendiente armado de paciencia. Llevado a sus últimas consecuencias el hombre pesado y el violento parecen un poso inevitable. Hay una magia en los lenguajes cruzados y en las incomprensiones de los sexos, en el “vive la diference!”, y en las traducciones simultáneas que han dado lugar a más de un best-seller. Pero también es posible, solo digo que posible, que a veces alguien tenga que tirar la toalla.

Color local
Geles escribe de su viaje a Sudamérica. En el relato abundan los detalles locales, pero falta algo, quizá la viajera, quizá un hilo, quizá un no sé qué. Borges, para afirmar lo innecesario del color local, anotaba en su artículo “El escritor latino y la tradición” que en el Corán no hay camellos.

Además, no sé si es necesario decir que la idea de que una literatura debe definirse por los rasgos diferenciales del país que la produce es una idea relativamente nueva; también es nueva y arbitraria la idea de que los escritores deben buscar temas de sus países. Sin ir más lejos, creo que Racine ni siquiera hubiera entendido a una persona que le hubiera negado su derecho al título de poeta francés por haber buscado temas griegos y latinos. Creo que Shakespeare se habría asombrado si hubieran pretendido limitarlo a temas ingleses, y si le hubiesen dicho que, como inglés, no tenía derecho a escribir Hamlet, de tema escandinavo, o Macbeth, de tema escocés. El culto argentino del color local es un reciente culto europeo que los nacionalistas deberían rechazar por foráneo.
He encontrado días pasados una curiosa confirmación de que lo verdaderamente nativo suele y puede prescindir del color local; encontré esta confirmación en la Historia de la declinación y caída del Imperio Romano de Gibbon. Gibbon observa que en el libro árabe por excelencia, en el Alcorán, no hay camellos
"El escritor argentino y la tradición". Borges.



Más fotos de la tertulia.

domingo, 3 de noviembre de 2013