sábado, 10 de mayo de 2014

Pedrezuela



Salimos de Plaza de Castilla a las once y fuimos en coche hasta la casa de campo incomparablemente hospitalaria de Xan. Pasamos la mañana jugando con Didi y Trucho, los dos amigos caninos de Xan. El primero se enamoró perdidamente de la terrier de los vecinos. Sufrió en silencio, igual que los aprendices de escritores, que preparábamos la parrilla, hacemos a veces, ladró a todas las motos que pasaron por la carretera cercana y reclamó con escasa convicción las sobras de la parrilla.



Comimos carnes, embutidos, panceta y secretos y un surtido de ensaladas que Lola había preparado. Nos sentamos a comer bajo una enredadera, y más tarde, a discutir de literatura, bajo la sombra de unos espigados abetos.



La hija de los vecinos de Xan se llamaba Puja, era de origen indio, y nos enseñó a bailar Bollywood.



Los textos estuvieron a la altura de la tarde. Abel leyó y releyó varias de sus poesías. Sonsoles practicó un ejercicio literario que imitaba la voz de un hombre arrepentido. La mayoría de los lectores no se creyó que aquella fuera la voz de un hombre, tampoco que, de serlo, pudiera pensar de esa manera.



Pilar leyó un relato sobre la fiesta de Moros y Cristianos de su pueblo de origen. Detrás de un lenguaje desbordante había una crítica al hombre pusilánime de nuestros días que no es capaz de enfrentarse a una dificultad mayor que la que suponga manejar un ratón de ordenador.



Hermes narró un naufragio. En el barco viajaba mujer que el protagonista había amado toda su vida y la salvaba. También viajaba el hombre que había amado ella, que no sobrevivió. Humor y lirismo servían para arrastrar al lector a una tensión casi mágica.

Miguel leyó un cuento tan sugerente que cada tertuliano habló de él como si hubiera leído una historia diferente. En la historia un español que vive sin ilusión y sin trabajo, viaja a un Báltico hostil para descubrir una mujer y un rayo de esperanza, pero por una razón que ignoramos elige volver a su vida gris, consciente de que va a arrepentirse.



Pilar, la Pilar habitual de la tertulia, hubo dos Pilares esta vez, leyó el último relato de la tarde, que ya había leído en otra ocasión. Una mujer encuentra el mismo escollo con tres hombres diferentes desde su juventud hasta su madurez. Los tres le preguntan “¿tú qué es lo que quieres?” Lo que parece una pregunta resulta ser un test del cual depende la relación. Ella busca una respuesta que los mantenga a su lado, pero solo consigue alejarlos.

Mi opinión, sobre el último relato es que abre muchas preguntas sobre hasta donde llega la incomunicación entre hombre y mujer. Mi opinión, también, es que la respuesta del relato es antiheróica, pasiva, y casi podría decirse, resentida. La narradora, y la protagonista, lejos de rebelarse contra ese examen que no entienden o que las hiere, deciden someterse a él. Es así como el objeto del deseo, lejos de alcanzarse o perderse, se convierte en aquello que las humilla.



La tertulia se alargó hasta las ocho. Algunos habían echado una cabezada, la mayoría participó intensamente en las lecturas. Todos nos fuimos con la cabeza llena de ideas y el estómago saciado de buena mesa. Fue así como pusimos el punto final a un exultante día de primavera en el norte de Madrid.

Más fotos de la tertulia en Flickr.