sábado, 8 de marzo de 2014

El olvido.



En casa de Antonio Costa hablamos del olvido. Él defendió el papel y la tinta y escribir a mano. Alguien defendió que Internet no era un territorio de ciencias, sino de letras.

Juan Antonio Marín leyó un poema sobre el olvido que hablaba también de ser olvidado. Discutimos sobre los perdedores y los vencedores en la literatura. Todo el mundo sabe quien escribe la historia ¿pero es la literatura el refugio que le queda a los perdedores?

Antonio Costa leyó dos poemas. Uno de Leopoldo Panero que acaba de morir (“Trovador fui, no se quien soy”), el otro de Cernuda (“donde habita el olvido.”) Ninguno de los dos requiere comentario.

Donde habite el olvido

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

Luis Cernuda.



"Trovador fui, no sé quién soy"

Sólo en la noche encuentro a mi amada
de noche, cuando más sólo
en el llano en que no hay nadie
sino una dama que aúlla
con la cabeza en la mano
sólo en la noche encuentro a mi amada
con la cabeza en la mano.

Le ofrezco como el incienso
que otros reyes la donaran
mis recuerdos en la mano
ella me tiende su cabeza
y luego, con la otra mano
lenta a la noche señala.

Solo en la noche, en la hora nona
salgo a buscar a mi amada
y en el llano como ciervos
corren veloces mis recuerdos.

Tuve la voz, trovador fui
hoy ya cantar no sé
trovador, no sé hoy quién soy
y en la noche oigo a un fantasma
a los muertos recitar mis versos.

Leopoldo María Panero

José Leyó a Kundera. Un capítulo de sus testamentos traicionados habla de la novela como un espacio donde se suspende el juicio moral. Su territorio es más cercano al que crea el humor, y el humor es algo difícil de explicar.



El orgullo
Abel introdujo sus haikus con una introducción que no nos pareció nueva. Dijo que acababa de componerlo en un rato y no había tenido tiempo de revisarlo. La discusión podía haber sido sobre sus líneas, pero también se habló de su introducción. ¿Por qué decimos que hemos hecho un poema en diez minutos? ¿Porque así evitamos la crítica? ¿Porque así realzamos el poema con lo poco que hay en él de artificio y de meditación? ¿Hay orgullo en decir que un poema nos vino mientras caminábamos hacia la tertulia?

Nadie sabía la respuesta. De hecho, nadie estaba de acuerdo con qué cosa era el orgullo. Dijimos que no era lo mismo estar orgulloso que ser orgulloso; y que sólo una de las dos expresiones encierra algo malo. También quisimos separar, quirúrgicamente, la diferencia entre el orgullo y la arrogancia. Pero ignoro si lo conseguimos o si acaso llegamos a merecer el adverbio. Sé que el vino estaba bueno y que había vino de pitanza y Rioja y que en algún momento todos queríamos tener razón o simplemente decir algo.

Juan Carlos leyó varios poemas, o el mismo, cambiando el orden de sus versos. Eso nos llevó al arte y a los autores que estaban dispuestos a pelear por que nadie les cambiara una letra. Nos llevó al clasicismo, a Cervantes, a qué es arte y qué no, y qué distingue a los grandes de los que solo imitan a los grandes. Hablamos de qué hace que algunos autores merezcan el olvido. Dijimos cosas solemnes, peleamos por la palabra, seguíamos dando vueltas a la literatura y al arte. Hizo buen tiempo y la hospitalidad de Antonio Costa se unió al calor de aquella noche que ya anunciaba la cercanía de la primavera.


Piet Mondrian. Composición A. 1920.